En el denominado síndrome del impostor las personas padecen un sentimiento generalizado de inseguridad en su desempeño, combinado con el temor de ser expuestos como un fraude. Todo esto a pesar de que disponen de pruebas objetivas de éxito. Dicha entidad resulta prevalente en todos los ámbitos de trabajo, pero ha sido frecuentemente reconocida entre los y las profesionales de la salud. Con el agravante que especialmente se enquista entre quienes se encuentran en medio de un trayecto formativo.

No existen demasiadas investigaciones que hayan explorado la situación en las residencias médicas de Latinoamérica. Pero sí se cuentan con estudios de otros países. Indican que el síndrome del impostor en ese espacio no respeta especialidades médicas. Por ejemplo, en Italia la prevalencia de este fenómeno puede llegar a un 81,6% en aquellos y aquellas que se encuentran formándose en neurocirugía. Algo similar ocurre en Canadá, pero entre quienes se entrenan en pediatría, medicina familiar, anestesiología, o cirugía general. Allí un 62,7% de los médicos y médicas lo padecen.

¿Por qué es importante desenmascarar al síndrome del impostor?

Existe evidencia suficiente para considerar al síndrome del impostor como un factor de riesgo independiente para sufrir síndrome de burnout, o de desgaste profesional. Los expertos coinciden en que se trata de un sentimiento que a largo plazo afecta la salud mental. Tan es así, que se han reportado mayores niveles de ansiedad y depresión en aquellos y aquellas que lo padecen. Por eso, resulta vital identificarlo y controlarlo de manera temprana.

Quienes sufren síndrome del impostor suelen experimentar alivio, más que orgullo, ante un objetivo logrado. El miedo a ser considerado un impostor desencadena en ellos y ellas un impacto profundo en la práctica profesional. Entre otras cosas, fomenta el aislamiento, interfiere con decisiones que involucran la toma de riesgos y atenta contra reclamos por mejores condiciones laborales.

El síndrome del impostor no resulta un fenómeno nuevo. Fue descripto por la psicología en 1978, específicamente en mujeres que tenían logros académicos y profesionales sobresalientes. Pero, a pesar de ello experimentaban sentimientos persistentes de inseguridad y escepticismo acerca de su éxito. Con el correr de las décadas son numerosas las investigaciones que han corroborado un mayor impacto en profesionales de sexo femenino, aunque las diferencias con los varones se han ido acotado.

También se ha detectado con mayor asiduidad entre quienes pertenecen a grupos considerados minoritarios. Por ejemplo, en los Estados Unidos la distribución de este fenómeno suele ser desigual en las facultades de medicina. La prevalencia es mayor en integrantes de la comunidad latina, asiática o afroamericana.

Se puede reconocer y controlar este sentimiento

El síndrome del impostor cuenta con herramientas -tales como la Escala de Clance- para su correcta identificación. Pero todavía no es reconocido como enfermedad en los manuales diagnósticos y estadísticos de los trastornos mentales. Además, no existen en la literatura médica demasiadas evidencias acerca de cuál es el manejo más óptimo de esta situación.

Por su diseño experimental sobresale un reciente ensayo clínico randomizado y controlado con placebo. Fue publicado en la revista Jama Network Open e involucró a médicas residentes de los Estados Unidos. Allí, luego de seis meses de intervención -con sesiones online de coaching profesional-se objetivó una reducción significativa de la presencia del síndrome del impostor.

Los expertos coinciden en que los y las profesionales que lidian con este problema deberían buscar ayuda psicológica. Evitar que el síndrome del impostor impacte de manera crónica en el bienestar general, la salud mental y la propia carrera profesional, son algunos de los objetivos. Reconocer el problema, comunicárselo a otra persona dispuesta a colaborar, celebrar un poco más los éxitos y cultivar la autocompasión, pueden ser aquí también de gran ayuda.